martes, 31 de julio de 2012

Historia de Adopción... El hijo Bienvenido

El hijo bienvenido
posteado por: Alejandra Jorquera

Dos amigas escucharon las mismas frases a la misma edad: “no hay ninguna causa aparente, pero a veces no resulta”; “la ciencia ha avanzado mucho pero no tanto”; “óvulos envejecidos, probablemente”, y una cantidad de etcéteras que no alcanzaron el rango de concluyentes, porque salvo en casos donde las dudas no tienen ningún espacio, es difícil emitir conclusiones tajantes en materias médicas en estos ámbitos. (El portazo cuesta darlo, además). Enfrentadas a un escenario idéntico, ambas decidieron torcerle la mano a las sentencias.

La primera trazó una especie de carta Gantt: exploraría el método A, luego el B y del C en adelante todos los que fueran necesarios hasta topar con la cordura, palabra que subrayó en su cronograma con los colores que tuvo a mano, marcándolo como el límite definitivo. Su demarcación. Y comenzó. Bombardeo de hormonas a todas horas; inyecciones de distinta clase (tantas que aprendió a ponérselas en los muslos, en la guata, en el auto; viajando con su caja de jeringas en la cartera o en la maleta según correspondiera a la fecha del año, con la misma naturalidad con la que guardaba su cepillo de dientes portátil o su encendedor); ecografías varias veces a la semana; mórulas bonitas (increíble pero cierto) fotografiadas para la posteridad; clínica, pabellones, médicos. Vamos, esta vez resulta. No: fallamos. Vamos de nuevo. No: fallamos. Vamos de nuevo. No: fallamos. Vamos de nuevo. No sigas. (Insistir se llamaba el verbo, insistiendo se conjugó). Pero siguió hasta que se acordó que en su propio dibujo había puesto un letrero que decía “para o la frustración te volverá loca de dolor” y paró.

La segunda hizo intentos también, pero al ver que éstos no resultaban, rápidamente entendió que lo importante no era cómo llegara sino que llegara. Y partió. Primero al Sename y de ahí a la fundación que correspondía. No hubo hormonas: hubo un periplo eterno de sicólogos, asistentes sociales, visitadoras, terapias de pareja, terapia individual. Incertidumbre. Años también. Millones de preguntas que no tenían respuestas porque de verdad no la tenían, y muchas otras porque necesitaba hacérselas sin esperar que nadie la respondiera.

“La maternidad tiene mil formas de expresarse”, dijo una vez en voz alta la primera, sin saber muy bien lo que decía. “Sí, dijo la otra, y la más generosa de ellas es siéndolo”. “Tal vez no nací para ser madre”, “nadie nace hasta que lo es”, afirmó la segunda.

Ambas quisieron hacerle una llave a la vida, pero sólo una de ellas estuvo dispuesta a torcerle el destino a la biografía de un niño que tarde o temprano nacería en algún lugar de Chile, no importaba dónde.

No tuvo nueves meses de espera en los que su guata se inflara como globo. Tampoco antojos o pies hinchados, ni recibió la mirada benevolente con la que se mira a las mujeres embarazadas por el solo hecho de estarlo. No: ella vivió su espera preparando una pieza, armando una cuna y colgando móviles. No compró ropa porque no podía apostar por la edad; ¿dos meses, cuatro, siete? Los que fueran.

Hijo y punto. Sin apellidos ni de biológico ni del corazón. Hijo y punto. Madre y punto. Porque eso es lo que serán el uno para el otro. Con el primer llanto, la primera risa (esa mueca que los adultos siempre queremos ver como risa y que no es tal), los primeros pasos, las caídas; después las rabias-rabietas, las demandas, los sustos, las alegrías, los regaños, los abrazos, muchos abrazos y todo un mundo en el que se descubrirán como se descubren los padres con los hijos. Crianza, la palabra que le gana a cualquier verbo y que dicen que no se compara con nada.

Hoy hay nuevo niño chileno que ya emprendió un camino distinto al que corren muchos otros en nuestro país. Hoy hay nuevo niño chileno al que se le ofrenda la posibilidad de aprender a caminar por una ruta simétrica, alejado de lo que pudo haber sido una calle de marginalidad y pobreza, en un país lleno de desigualdades como el nuestro. Un niño que apenas abre los ojos, pero que ya tiene cuatro brazos dispuestos a hacer por él sólo lo que los padres son capaces de hacer por un hijo.

Un crío con ventajas que, sin saberlo, le dobló la mano a su vida. Que crecerá rodeado de ese amor sobrenatural que no requiere del parirás con dolor ni de ADN, porque fue parido en el minuto exacto en el que la que desde ahora es su madre lo tomó en brazos para siempre.

Las dos amigas que escucharon las mismas frases a la misma edad, hoy tienen futuros distintos. No haré juicios de valor sobre la primera porque ya no es tiempo y porque hace rato que hice mi duelo frente a mi propias ¿cobardías, sustos? o decisiones, como prefiero creer. Hago, en cambio, un brindis por la segunda: esa nueva mamá, que aterrada y feliz, conmocionada entera, se atrevió a llegar hasta el final. Las verdaderas madres saben cómo hacerlo. Ella sabe.

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